miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lenguaje sexista, no discriminatorio y políticamente correcto (2)

Tradicionalmente se ha designado como moro a aquel que proviene del  África septentrional, de la antigua provincia romana conocida como Mauritania. Por lo tanto es la palabra castellana adecuada para designar  a cualquiera natural del Magreb o Norte de África.

¡Ojo!, tradicionalmente, porque hoy en día mentarle a un marroquí, tunecino o argelino su origen llamándole moro equivale a tremenda injuria y sospecha fundada de racismo, xenofobia e intolerancia. Podemos, en cambio, llamar europeos tanto a italianos, como a griegos o alemanes con total tranquilidad.
¿Qué sucede si nuestro marroquí (o argelino, o tunecino) está entradito en carnes?  Ni por asomo se nos ocurra decir de él que es un moro gordo. Hay que describirlo como señor norteafricano con sobrepeso, por más que ello deje a nuestro oyente dudando de si hablamos de un libio con piedras en los bolsillos o de un egipcio acarreando un piano. Norteafricano, español, o de Tegucigalpa, nadie es ni puede calificarse de gordo. En todo caso, obeso.

¿Y si un individuo en cuestión no es ni blanco, ni oriental, ni indio, ni esquimal, ni ninguna otra cosa sino negro?  Imposible. Llamar negro al que tiene la piel de este color es anatema. En Estados Unidos se inventaron el bonito palabro afroamericano, pero esto dejaría fuera a todos los que siendo africanos, no tienen nada que ver con las Américas.  Siempre podemos decir que el individuo es de color. ¿De qué color: verde, amarillo, gris marengo? ¡Ah!, cada cual que se imagine el que quiera.

Mi amiga que  es guineana y en sus propias palabras, negra como el betún, me dice que si hay alguien que pueda calificarse como de color,  ha de ser un blanco, con la piel desde lechosa hasta tostada, los pelos rubios, o rojos, o marrones o (y aquí no está prohibido) negros, por no hablar del variado rango de tonos de ojos.
Mi amiga tiene una madre, que además de ser negra como ella, es vieja, o por lo menos lo es en Guinea. Aquí es mayor. Es mayor que su hija, por supuesto, pero la cosa no está nada clara, porque en cambio es menor que su esposo que le lleva ocho años.

Por si fuera poco, a la madre le falta una pierna. Ella, lo que son las cosas, pensaba que era coja, pero no, resulta que es disminuida física o también minusválida. Digo yo que no será tan disminuida ni tan menos válida cuando ella sola ha sacado adelante a un marido borracho y ha dado carrera a cinco hijos (e hijas).  

Por misterios del nuevo lenguaje es aceptable llamar deficientes a los que por algún defecto psíquico no alcanzan el nivel considerado normal, y en cambio está absolutamente prohibido llamarles subnormales, por más que signifique lo mismo. Que no se nos ocurra llamar idiotas a los que padecen de idiocia, ni imbéciles a los de imbecilidad. Todos y todas son deficientes y deficientas  y ya está.

Deficientes, más el apellido apropiado, nos sirve igualmente para nombrar a los que presentan problemas en algún órgano de los sentidos. Aquí ya no tenemos ni sordos ni ciegos. Son deficientes auditivos o visuales. Pero me queda la tremenda duda de cómo referirnos a los tartamudos. ¿Serán deficientes pronunciantes, o deficientes pronunciales? Se agradecerá cualquier comentario aclarativo al respecto.

Finalmente hemos de dignificar a las personas con ciertas profesiones. No se me ocurre una razón válida que haga suponer que cualquier profesión sea más o menos digna que otra, pero a los expertos del lenguaje políticamente correcto si se les debieron ocurrir muchas. Por eso al que se dedica a la pintura se le puede llamar pintor, o carpintero al dedicado a la carpintería, pero nunca llamaremos basurero al que recoge o trabaja  con basura. Es más, ni siquiera se dice basura, que suena muy feo. Son residuos urbanos.  

Posiblemente el pelo debe tener alguna connotación desintegradora e incorrecta que se me escapa, porque ya no tenemos peluqueros sino estilistas, y no me refiero a quién se ocupa integralmente de la imagen y estilo de otros. La Pepa, que pone cuatro rulos a cinco abuelas,  (muy dignamente puestos, eso sí) también es estilista. Confieso que ignoro como denominar a los barberos.

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Este artículo tiene una primera parte

4 comentarios:

  1. Me sigo riendo con la lectura de tus artículos. Permaneces en la línea de ironía sutíl que hace sonreir o reirse a carcajadas.

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  2. Me gusta. ¿No crees que te pasas un poco...?

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  3. Hola Anónimo. Pues sí, me paso cinco pueblos, pero si supieras lo que tenemos que aguantar en los hospitales. Hace tiempo por referirme a una enfermera de la cual no conocía el nombre como "la chica esta nueva, la negra" (habían cuatro nuevas y solo una era negra)me llamaron fascista ¿¿¿??? ¿Qué tendrá que ver la velocidad con el tocino?

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  4. Eso lo dijeron para que no les tacharan de racistas (quizá lo sean y no lo saben y si lo saben disimulan así, largando improperios) ¿Qué respondiste a lo de fascista, nada...? TODOS SOMOS DE COLOR: unos blancos, otros amarillos, otros negros, otros pieles rojas y los pitufos son azules...Y que yo sepa el BLANCO TAMBIÉN ES UN COLOR... ¿O va a resultar que somos transparentes...?
    Anónimo respondón.

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